Es necesario imaginarnos el gran caudal de agua que partía desde los manantiales de Aguamansa para regar estas fecundas tierras del Valle, caudal que aprovechando el gran desnivel existente dio lugar a la aparición de trece molinos, formados por un cubo de mampostería para la represa del agua, cuyo impulso mueve un par de ruedas hidráulicas horizontales dentadas que engranan con la que está unida a la muela del molino. El agua era conducida por unos canales de tea que posteriormente fueron sustituidos por construcciones de argamasa, y este conducto de madera, con muchos tramos elevados, perdía gran cantidad de agua, por lo que se construyó una acequia que discurría descubierta entre los adoquines de la misma calle. En su trayecto tomaban agua del canal los conventos y el vecindario. Los lavaderos de la calle San Francisco, constituyen otro de los espacios relacionados con el abastecimiento del agua para su uso público en el núcleo poblacional. Su origen se remonta al siglo XVI cuando fueron creados a partir de la acequia que conducía al agua hasta el primitivo asentamiento de vecinos, y en estrecha vinculación con los molinos harineros. En estos lavaderos pueden contemplarse dos estructuras bien diferentes, en relación a dos momentos históricos distintos. Por un lado, se encuentran los primitivos constituidos en torno a la acequia, provista de losas de piedra para la tarea de lavar la ropa. Por otro lado, se pueden apreciar los lavaderos de cemento proyectados por Tomás Machado y Méndez Fernández de Lugo en 1945. El motivo de la aparición de los molinos de agua está en el carácter poco ventoso del Valle, ya que no se podían utilizar molinos de viento. En la actualidad, de los diez molinos que aún se conservan, continúan en funcionamiento dos, pero con energía eléctrica, elaborando el alimento canario por antonomasia, el gofio, harina que se obtiene moliendo el grano previamente tostado de un cereal (maíz, trigo, cebada o incluso ambos).