Del cruce de culturas que ha existido en Canarias a lo largo de los siglos, da idea el Museo Sacro de Ntra. Sra. de La Concepción de La Orotava. Escondido del tiempo y de la sociedad en la cabecera del templo, y tras años de almacenamiento, este auténtico "Tesoro", fue organizado en siete salas y clasificados sus materiales por el Ayuntamiento. Una labor institucional más allá de lo meramente religioso y que constituye toda una apuesta cultural por proteger y conservar un legado donde la historia habla a través del arte y del patrimonio de diferentes épocas. Patrimonio que nos abre el alma cosmopolita y transoceánica de la Villa y sus gentes.
Porque si en sus calles, sobre los adoquines centenarios, el gótico y el neogótico conviven con el barroco, el mudéjar, el neoclasicismo, el regionalismo del pasado siglo, la arquitectura del agua o la popular, o en la palabra se mezclan las lenguas en cientos de canarismos con sabor a mar, tras los muros de este templo navega, dormida bajo el volcán, el alma antigua de un pueblo.
Escrita en tela, metal, madera y piedra, la historia de La Orotava cruza a través de la Salas de tejidos y bordados, de plata dorada y oro, del Coro, de la sala de la Plata no dorada, la de mobiliario litúrgico, la de Imaginería y la de la propia Sacristía, con una impresionante lámpara de cristal de la isla veneciana de Murano en esta última. Italia ha dejado también aquí su impronta con una de las mejores obras de arte que hay en Tenerife, la Magdalena Penitente, creada por Domenico Fetti en 1618, así como con la factura del Tabernáculo - de Guiseppe Gaggini, 1820-, el Púlpito, las pilas o el mausoleo del Marqués del Sauzal, en la derecha de la parte delantera del Templo éste último, elementos todos ellos hechos con mármol de la provincia italiana de Carrara.
Desde Italia viajamos a Filipinas desde donde llegaron unos preciosos trajes para la escultura del Niño Jesús, bordados en oro y seda, traída de este archipiélago cuando formaba parte del Imperio Español. Y de Filipinas a México, siguiendo al Galeón de Manila por la Ruta que abriera el agustino Andrés de Urdaneta, para encontrarnos con unos preciosos aguamaniles o diferentes bandejas de plata mexicana. Portugal aporta una pieza única de finales del siglo XV en estilo manuelino. Se trata de la Custodia y es de oro, perlas, topacio y oro blanco. Existe un cáliz que fue traído de Inglaterra y que sólo se usa en el día de Jueves Santo. Se le conoce como el de los tres clavos y es del siglo XIX. Pero hay también otro cáliz de la escuela madrileña -de estilo Felipe II- con medallones. Se usa el Domingo de Resurrección y en la Fiesta de la Inmaculada que da nombre a esta Iglesia.
De Cuba son las maravillosas lámparas de cristal de roca del siglo XVII, y de Barcelona un conjunto de flores de bronce. Hay un guadalmesí, una tela de arte árabe, de quinientos años de antigüedad traída directamente de Granada, cuando la conquista de esta ciudad por los Reyes Católicos y del que sólo hay dos en Canarias.
La cultura de la muerte se halla presente en el museo con una ancestral calavera que se usaba antiguamente en los funerales para ponerla en el altar y debajo una tabla para decirle a la gente lo efímero que es la vida. Pero sobre todo, se conserva una caja fúnebre de madera muy decorada del siglo XVIII y que se usaba para colocar en ella al difunto, cuando las familias eran pobres. Luego al enterrar a la persona se la sacaba de la caja y se la enterraba sin la caja para usarla de nuevo para otra persona.
Los artistas locales están presentes, como parte de la obra del escultor Fernando Estévez nacido en la calle La Carrera, con el diseño de la parte baja de La Custodia, del siglo XIX, porque la parte de arriba es anónima y del siglo XVIII. De igual modo suyas son también las esculturas de Santa Clara, Santa Elena, San Pedro y La Virgen de Candelaria. Habría que nombrar además otras del siglo XVIII de Luján Pérez, de Las Palmas, como la Dolorosa, el San Juan y la Magdalena.
En este contexto de lo local hay que hacer mención a La maqueta de la Iglesia de La Concepción de 1942, donada por los carpinteros de la Villa. De la Guerra Civil hay 10 ó 12 carcasas o vainas de bombas, que dejó un regimiento de soldados como exvotos por salir ilesos en esa guerra.
La tela ocupa un lugar protagonista en este museo, no sólo por vestidos civiles, como el que perteneció a una mujer de la nobleza orotavense, de estilo victoriano de hace 160 años y donado por la Familia del Hoyo, sino por la ingente cantidad de trajes eclesiásticos -bastante pesados- de plata y bordados en oro que trajo para acá el orotavense Deán Calzadilla y que pertenecieron al primer obispo de Tenerife, el gallego Luis Felguera de Sión.
Hay que añadir a esta riqueza cultural e histórica el Tisú de plata del siglo XIX que se saca en la festividad del Corpus Christi, un collar de perlas del siglo XVIII y el pectoral de San Agustín (también del siglo XVIII) de plata dorada, esmeraldas y un rubí en el centro. Era del Obispo Vicuña que casualmente murió aquí el año del volcán de Guímar en 1705. Citar de igual modo los libros del siglo XVII y XVIII del Coro, hechos de cuero y con enormes letras en latín, el baldaquino o trono procesional con motivos del Apocalipsis de San Juan del siglo XVIII y que sólo se halla en Canarias. En este sentido hay que decir que hay tronos de plata de Meneses, una fábrica madrileña ya desaparecida cuya plata tenía la cualidad de no ennegrecerse nunca. A propósito de la sala de la plata significar que todo lo que hay en ella es de los siglos XVI al XIX y que los atriles son de arte barroco.
Quedan más cosas en el tintero pero baste esta pequeña muestra para dejar constancia del valor de este museo, oculto casi en una Iglesia, que por sí misma también lo es. Un edificio reconstruido entre 1768 y 1788 (debido a haber quedado afectado por los sismos del Volcán de Güímar en 1705) por el Maestro de Obra Patricio García, y con planos del arquitecto Ventura Rodríguez, los cuales se conservan en el Archivo Parroquial. Entre otras cosas sobresale su fachada barroca con curiosidades como una esfera con la Isla de Cuba grabada en la piedra en uno de sus lados y en el otro, otra con las Islas Canarias, ambas en su parte superior. Esferas reflejo sin duda de aquellos Indianos, emigrantes a América en aquella barquilla de dos proas que diría Pedro Lezcano, y que al volver donaban dinero a la Iglesia para su construcción dejando estos símbolos en su memoria. Lo mismo sucede con motivos agrícolas que hay en el interior de templo como por ejemplo la planta de la canela o las plataneras del púlpito, esculpidas en una época que no había aún plátanos en Canarias. Otro detalle de la fachada es su balcón, el cual es algo propio de Canarias en donde esta costumbre de la arquitectura popular aparece también al fabricar las Iglesias.
Agapito de Cruz Franco