Dos hermanas orotavenses deshacen prendas antiguas para descubrir los secretos de los trajes típicos. Chona y Milagros conservan centenares de artículos de más de un siglo
El secreto de los trajes típicos está en el descosido. El arte de deshacer lo que está hecho ha servido para que las hermanas Amador descubrieran cómo es realmente el vestido que llevaban las campesinas de La Orotava hace más de dos siglos. Para conseguir respuestas, las artesanas han dedicado toda su vida a la aguja y el dedal, primero, como medio de supervivencia y, después, como pasión. Ascensión (Chona) y Milagros no recuerdan cuándo empezaron a investigar la tradición canaria. Sus esfuerzos de años les ha ayudado a recabar en su taller unos 200 artículos con más de un siglo, aparte de las imágenes que demuestran cómo era la sociedad de las Islas cuando los móviles y los ordenadores no aparecían ni en la imaginación.
La historia se remonta a 1895, con la fotografía más antigua que se conoce en Tenerife, donde aparece Leonor Monteverde, hija de la famosa Catalina Monteverde, una de las familias más relevantes de la Isla por aquella época. En la imagen, la villera posaba con el atuendo de La Orotava, por aquel entonces la ropa que llevaban los canarios. Las zapatillas deportivas y los shorts, si hubiesen existido en 1985, no serían útiles para la faena, cuando la lana era el tejido estrella.
Chona y Milagros cuentan que durante el siglo XVII y XVIII las ropas se hacían en telares, como el vestido de Leonor Monteverde, que fue tejido en Icod de los Vinos porque por los alrededores no había más tejedoras. Con anterioridad a 1985, "no existen documentos que puedan demostrar que los trajes típicos que se utilizan en la actualidad han sido usados con anterioridad a Catalina Monteverde", apuntó Chona.
Después de 117 años desde que se sacara la fotografía de Leonor Monteverde, las hermanas han descubierto que las líneas de colores que adornan la falda del traje típico de La Orotava se cosían a mano, las mujeres no llevaban toca en la cabeza y no utilizaban ni las capas ni las bolas de colores que cuelgan actualmente de la cintura, entre muchos otros secretos.
Trozos de terciopelo y bordados de colores adornaban los justillos de las mujeres. Los dibujos de hilo de colores convertían a esta parte de los trajes típicos femeninos en verdaderos cuadros de arte plasmados en tela. Por el contrario, según explicó Chona, los chalecos de los hombres no llevaban bordados.
Para desvelar el misterio de la tradición, las dos hermanas tienen en su taller decenas de joyas artesanales que superan, incluso, los más de 150 años de antigüedad. Estas piezas son las que han servido para conocer su historia "quitando hilito a hilito", dijo Chona. Rodeadas de telas antiguas propias de un museo, explicaron que de la artesanía "no se puede vivir, pero tienes experiencias inolvidables y aprendes constantemente".
El taller está impregnado de un olor añejo propio de la historia que alberga la habitación de tan solo unos 20 metros cuadrados. En la pequeña habitación hay chapas para hacer rosetas (dibujos circulares realizados con hilo en los que se tarda, como mínimo, medio hora en el caso de que sean diminutos) donadas por una mujer de 70 años, las cuales eran de su madre, y por lo que superan los 150 años. También poseen calados del año 1800 y macramé. Chona, además, ha conseguido recuperar el dibujo de las enaguas naturales de la familia Monteverde y ha descubierto que desde 1835 ya existían las pasacintas en la ropa interior de las mujeres. Entre sus tesoros, se esconden las facturas de las primeras telas que se importaron a Tenerife, en donde consta que provenían de Murcia.
Mientras desenredan calados de diversas formas inimaginables con una simple aguja, explicaron que su profesión es "pura devoción". Nacieron en una familia de ocho hermanos y crecieron sin padre, por lo que "vivíamos del bordado". "Nos reuníamos todas las tardes y mis tías nos enseñaban a coser", apuntó Milagros. Chona, sin embargo, fue criada por sus vecinos debido a la necesidad que había en casa. "Ahí aprendí a calar a cambio de comida", añadió la hermana mayor.
El objetivo de estas artesanas es recuperar las prendas de la historia. Para conseguirlo, descosen las telas antiguas. "Trabajamos como toda la vida e indagamos para encontrar cosas antiguas". De hecho, "me han prestado faldas del siglo pasado, estudio cómo la han hecho y, luego, realizo una igual".
Ahora, para que la tradición no muera con ellas, imparten clases en La Orotava. "Hay gente que nunca había cogido una aguja". "Éste es nuestro mundo y hemos dedicado nuestra vida completamente a la artesanía", indican.
No han utilizado años y años de trabajos para vender, "sino para recrear los pasos que se seguían antiguamente y saber cómo eran realmente los trajes típicos de La Orotava". Sus conocimientos, al fin y al cabo, no se quedarán con ellas, sino que son transmitidos a través de clases y exposiciones que realizan, como la que organizó Chona este mes en el municipio.
Fuente: La opinión de Tenerife (Ylenia Lorenzo)