La Orotava, como villa histórica y monumental que es, fundada hace más de 500 años, guarda en su casco antiguo, uno de los mejores conservados del Archipiélago, numerosos y variados tesoros patrimoniales. Unos son grandes y bien conocidos, como su iglesia de La Concepción, joya del barroco canario, y otros menores y más simples que pasan desapercibidos para vecinos y visitantes en medio de una ciudad que intenta crecer y modernizarse sin perder su identidad y la esencia añeja y señorial que la ha caracterizado desde siempre.
Uno de esos pequeños elementos singulares desconocidos, y que en la actualidad son casi exclusivos de La Orotava, en lo que a la isla de Tenerife se refiere, son los llamados guardaesquinas, unas protecciones de madera que se colocaban en las esquinas de algunas casas solariegas. Solo se conservan cinco en el casco histórico orotavense. Uno de ellos, ubicado en el número 18 de la calle Tomás Zerolo, esquina con el callejón Ascanio, fue arrancado por unos vándalos durante la noche del pasado baile de magos de las fiestas patronales.
Este acto festivo multitudinario suele acabar en una larga noche de excesos y desenfreno, donde el mobiliario urbano de la Villa sufre múltiples desperfectos, sin contar los desagradables ríos de orín de los que no se salvan bajos, puertas y zahaguanes. Es la cara desagradable de toda fiesta grande, como son las de San Isidro y el Corpus Christi.
Por fortuna, los propietarios del número 18 de la calle Tomás Zerolo encontraron el guardaesquinas arrancado, de un metro de longitud, aproximadamente, y podrán repornerlo en su lugar una vez debidamente restaurado, pues se trata de una pieza de madera bien trabajada y adornada.
Este pequeño incidente festivo sirve de excusa para investigar sobre los curiosos guardaesquinas villeros, unos modestos elementos decorativos que merecen ser más conocidos y protegidos, no en vano algunos de ellos tienen más de 300 años de antigüedad.
El historiador orotavense Sebastián Hernández Gutiérrez, que fuera profesor de Historia del Arte en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, habla de los guardaesquinas en una de sus numerosas publicaciones sobre el patrimonio de La Orotava. “Los propietarios de muchas edificaciones de esta Villa, especialmente -explica Hernández Gutiérrez- las que se ubicaban en solares esquineros en los que confluían dos calles, optaron en los siglos XVIII y XIX por instalar un listón de madera para proteger las esquinas de sus casas de los golpes de los ejes y de las ruedas de los carros que rozaban continuamente las mencionadas esquinas al doblarlas”. Esto sucedía con facilidad en esos tiempos pues hay que tener en cuenta que muchas de las calles de la Villa siempre han sido muy empinadas y, además, al tener pavimentado el piso con adoquines, era frecuente que patinaran las ruedas de los carros cargados, sobre todo en los días de lluvia.
Por estas calles, como la de Tomás Zerolo, o del Agua, era por donde siglos atrás debían circular los carros cargados de barricas de vino en dirección al muelle del puerto de La Orotava, actual Puerto de la Cruz, para ser embarcados y exportados a Inglaterra o, incluso, a América. Los vinos del Valle de La Orotava, especialmente el malvasía, citado hasta por el mismísimo William Shakespeare en alguna de sus obras, eran conocidos y muy apreciados en media Europa y su comercio propició gran riqueza a los terratenientes orotavenses y al municipio en general. Sin ir más lejos, la construcción de la iglesia de La Concepción se financió en gran parte gracias al comercio vinícola con América.
En la actualidad, el conjunto histórico de La Orotava conserva cinco de estos guardaesquinas, “elementos de interés patrimonial como piezas del ornato público en épocas pretéritas”, según los definió el profesor Sebastián Hernández Gutiérrez. Su tipología es común: una pieza de madera que toma la forma de una columnilla empotrada a la pared y coronada con una bola. Sus tamaños oscilan entre uno y dos metros.
Uno está ubicado en la confluencia de las calles Doctor Domingo González y Salazar, adosado al número 1 de la primera, justo enfrente del popular molino de gofio de Chano. Este es sencillo, sin decoraciones, pero es el más grande, de unos dos metros de longitud. Está en una edificación de gran valor patrimonial, un buen ejemplo de arquitectura doméstica canaria, la casa González García, construida a finales del siglo XVIII, donde en el siglo XX residió el famoso médico Domingo González García, que da nombre a su calle.
Cerca hay otro guardaesquinas, en dirección a la Cruz del Teide, en el número 31 de la misma calle Salazar, esquina con la calle Claudio. Es mucho más pequeño y también sencillo. Uno de los más elegantes y adornados es el que existe en el número 3 de la calle León, esquina con San Agustín, cerca de la plaza de la Constitución o del Kiosco. Protege la esquina de una gran edificación del siglo XIX, de influencia clasicista, que además de diversos usos comerciales, fue sede del Museo Tafuriaste.
Bajando por la calle Tomás Zerolo, a la derecha, en el número 18, un caserón del siglo XVIII, se encuentra el mencionado guardaesquina vandalizado en las pasadas fiestas, de menor tamaño y grosor que el resto, pero bien adornado y elegante.
Y al final de esta misma calle del Agua, en la esquina con la calle Viera, en la histórica Casa de Mesa, enfrente de la iglesia de Santo Domingo, se conserva el quinto guardaesquinas, de gran tamaño (sobre metro y medio), aunque más tosco y sencillo, sin bola en el extremo superior, seguramente por ser el más antiguo de todos. En este, al igual que el otro más grande de la calle doctor Domingo González y el de la calle León, se pueden apreciar los enormes clavos que los atraviesan y fijan a la pared. Esta Casa de Mesa data del siglo XVI y fue residencia del conquistador Diego de Mesa. Es uno de los monumentos patrimoniales más antiguos de La Orotava, con una notable portada de cantería de estilo plateresco flanqueada por columnas corintias estriadas.
Así es el casco de la Villa de La Orotava, un hermoso joyero urbano que guarda en su interior multitud de pequeñas y grandes joyas histórico-artísticas, muchas camufladas en la urbe moderna, como estos curiosos guardaesquinas, que vale la pena descubrir, conocer y cuidar, como patrimonio público que son de todos los canarios.
Fuete: DA Agustín González