Aunque tardío con respecto a las normativas reales promulgadas desde finales del siglo XVIII, el cementerio de La Orotava es testimonio de las novedades de tipo religioso, urbanístico e higiénico que se introdujeron en La Orotava durante las primeras décadas del siglo XIX. Tras algunos intentos de situarlo en otras zonas del municipio, finalmente el marqués de Acialcázar y Torrehermosa se vio obligado a ceder parte de los terrenos para su construcción, por lo que el camposanto quedaría emplazado junto a las huertas del convento de San Lorenzo. Aunque no se ejecutó según el diseño original, su traza se debió al escultor Fernando Estévez de Salas.
Las reformas de mayor calado no se produjeron hasta finales del siglo XIX, ya que hasta 1882 no comenzó la construcción de la capilla. Se trata de una fábrica que reutiliza elementos pétreos de la portada del ya derribado monasterio de monjas clarisas de San José. Por esas fechas los vecinos más ilustres de la localidad erigieron panteones familiares con representaciones escultóricas de interés, que han motivado su declaración como es Bien de Interés Cultural.