La Iglesia de Santo Domingo acogió el pasado sábado día 26 el acto de presentación de la recién restaurada imagen del Cristo de Las Tribulaciones, una de las primitivas imágenes del desaparecido convento dominico que data del siglo XVI. Una importante talla de cristo crucificado que se ha logrado recuperar al incluirla en el programa municipal de restauración de bienes muebles denominado "La Orotava Restaura". La Concejalía de Patrimonio Histórico que dirige Narciso Pérez ha invertido 5.000 euros en los trabajos de rehabilitación, que se desarrollaron a lo largo de 3 meses.
La restauración, que ha permitido recuperar una obra de arte y un elemento de fe y devoción, ha estado a cargo de Pablo Torres Luis y Leticia Perera González, contando con el asesoramiento del historiador del arte, Iván Delgado Armas
Durante el proceso de restauración se han realizado, entre otros trabajos, un estudio del soporte y de las características estructurales de la obra; se han realizado análisis de micromuestras tomadas de diferentes secciones de la pieza para obtener información de los diferentes materiales que la componen; se ha procedido a eliminar los añadidos que no se integren o han ocasionado daños en la pieza; Se ha realizado una limpieza destinada a la eliminación de excrementos de insectos, polvos, manchas de cera y otros agentes de suciedad superficial; se ha ejecutado una reintegración volumétrica; se ha aplicado un estucado encaminado a la conservación futura de la imagen.
DATOS HISTÓRICOS
El origen de esta talla es incierto ya que no existe documentación alguna que certifique la época en que fue realizada, ni el momento histórico en el que llegó al templo. No obstante, y fruto de la observación directa de la pieza, así como del análisis previo a su restauración, se deduce que estilísticamente el Cristo de las Tribulaciones es anterior cronológicamente a la instalación de la orden dominica en La Orotava, sucedida a finales del siglo XVI.
Se desconoce por lo tanto, si la imagen fue traída por los frailes dominicos al fundar su cenobio en la localidad, o si se veneraba ya en la primitiva ermita de San Benito, precedente a la construcción del convento. Lo cierto es que, a falta de datos documentales que lo corroboren, resulta válida la hipótesis de que nos encontramos ante una talla en madera elaborada en el siglo XVI - incluso puede que de finales del XV -, y de más que probable procedencia foránea.
Como datos complementarios cabe señalar, por un lado, que esta imagen ha conocido diversas denominaciones o advocaciones a lo largo de su estancia en el templo dominico, como son la del Cristo de los Náufragos; el Señor o Cristo de las Peras y la denominación actual del Santísimo Cristo de las Tribulaciones. En segundo lugar, destacar el hecho de que esta pieza escultórica gozó de una considerable devoción durante las décadas iniciales del siglo XX, como lo demuestran las indulgencias concedidas por el Obispo Mn. Gabriel Llompart y Jaume en 1920, a quienes rezaren delante del Cristo la jaculatoria Santísimo Cristo de la Tribulación, y otros cincuenta días de indulgencias por cada vez que besaran sus pies.
Desde un punto de vista formal, se trata de un Cristo que manifiesta una estilizada anatomía, evidente tanto en el rostro como en las extremidades, y un correcto tratamiento de la musculatura, destacando en este sentido la aplicada a las piernas y a los brazos, así como el detalle del doble repliegue de la piel por encima del vientre. Por su parte, la cabeza se encuentra ladeada hacia la derecha y en su rostro, enmarcado por dos mechones de cabello, así como por una barba corta y bipartita, la boca aparece entreabierta mientras que sus ojos permanecen cerrados. Sobresale en esta pieza la acentuada horizontalidad de unos brazos paralelos al madero de una cruz que aunque repintada, parece ser la original.
Entre las intervenciones anteriores, destacar dos principalmente. La primera fue efectuada en el siglo XVIII con el objeto de paliar los daños ocasionados en el soporte así como aplicarle una nueva policromía acorde con los gustos de la época. Del mismo modo y por imperativo estético de aquel momento histórico, se procedió a la supresión de la corona de espinas tallada en la cabeza para colocarle otra exenta. La segunda intervención de la obra se remonta al primer cuarto del siglo XX, y consistió en un repolicromado cuyo autor se desconoce, barajándose los nombres bien de José María Perdigón o bien de Benjamín Sosa, que por entonces trabajaba en la ornamentación del templo.
Olvidada y poco valorada en los últimos años, el estado de conservación de esta imagen antes de emprender el proceso de su restauración era bastante negativo. Apartada del culto tras la última restauración del templo, entre los principales daños ocasionados por el paso del tiempo y por los continuos cambios de temperatura y humedad durante el período que ha permanecido almacenada, destacan las grietas de contracción en la cabeza, pérdidas de volumen en diferentes partes y múltiples roces, desgastes y ausencia de policromía en las piernas.